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La nena que canta

Foto del escritor: Zoraida SantiagoZoraida Santiago

Actualizado: 31 dic 2024




Mis recuerdos de la infancia son pocos. Pero uno que tengo muy claro, por las consecuencias que trajo, fue el día en que caminaba con mi mamá hacia la casa de la urbanización donde se había inaugurado la parroquia Nuestra Señora de Belén. Era en Summit Hills, y yo tendría unos ocho o nueve años, quizás menos. Íbamos a misa, y yo venía cantando por el camino, y así llegamos a la parroquia. El cura me escuchó cantando y se empeñó en ponerme a cantar la misa. Así comenzó mi odisea de ser la niña cantora de la parroquia, que yo asumía con obediente resignación todos los domingos, por muchos años.

Para el cura, tener en la parroquia a una niña cantora era motivo de orgullo. Eran los años de las películas de Marisol, la niña que cantaba, cuyas películas ponían en la cancha de la parroquia y colegio más tarde, cuando se adquirió el terreno y se construyeron las primeras edificaciones. El otro niño cantor era, por supuesto, Joselito, que cantaba aquello del ruiseñor que se le perdió a la ruiseñora. De modo que los niños cantores se pusieron de moda. Y allí estaba yo, esta niña tímida pero que se atrevía a cantar en la liturgia. Los curas y las monjas se lucían conmigo, aunque de ninguna manera mi voz comparaba con aquel prodigio que era Marisol.

En una ocasión, que recuerdo con coraje, me habían encomendado cantar en una misa que se iba a ofrecer a un cura que venía de visita a la parroquia, y el párroco quería lucir su niña cantora. Yo me sentía muy mal ese día, y se lo dije. Entonces se le ocurrió la ingeniosa idea de darme vino de consagrar, para que se me quitara el malestar. Supongo que pensó que yo estaba nerviosa y buscaba una excusa para evadir mi actuación, y darme a beber vino fue su solución. Pero yo realmente me sentía mal, y aquel vino me cayó como una bomba.

Recuerdo que en aquellos años vino un cura muy guapo, que además se movía en motora. El Padre Rafael- que así se llamaba- me llevó alguna vez a casa en su motora. Luego desapareció; me dijeron años más tarde que había abandonado el sacerdocio y se había casado. No se cuán de cierto tenga ese rumor, pero no importa. Lo recuerdo con cariño.

En el colegio, donde comencé alrededor de cuarto grado -no recuerdo exactamente, así de terrible es mi memoria- también me ponían a cantar. Estuve en Belén hasta sexto grado, cuando me cambiaron de escuela. Mientras estuve en ese colegio, en Navidad me ponían en el nacimiento, encaramada en alguna escalera detrás del pesebre, vestida de ángel. Desde allí cantaba "gloria a Dios en las alturas" cuando nacía el niño. Cantaba también en las zarzuelas que montaban las monjas, entre las cuales recuerdo especialmente la canción "La espigadora" de La rosa del azafrán.


La espigadora con su esportilla

Es como sombra de la cuadrilla

Sufre espigando tras los segadores los mismos sudores

Del hombre que siega y que trilla.


Se puede decir que mis comienzos en la canción fueron en la iglesia. Pero ya yo venía de cantar en mi casa con mis padres y mis hermanos. Y aquellas canciones no tenían mucho que ver con la liturgia religiosa. Eran canciones de amor, o canciones a la Patria. Eran Davilita y Daniel Santos, el Trío Los Panchos, e incluso María Esther Robles. Todos esos discos, y muchos más, se tocaban en mi casa y los cantaba mi papá, que tenía una hermosa y dulce voz. Lo religioso y lo profano se mezclaron en mi infancia y permitieron que me encaminara por la ruta de la canción.






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