Qué sería de mí
si me callara alguna vez
y no cantara lo que tengo que cantar.
Cuando publiqué mi primer LP, Tiene que ser la luna, en 1983, lo presenté a un grupo de personas en la casa de un buen amigo. Recuerdo que aquella noche, un querido tío me preguntó que por qué yo no cantaba canciones de otro tipo, como baladas, boleros, canciones románticas, porque mi voz se prestaba para esas canciones y probablemente con ellas tendría mayor éxito que con mis propias composiciones.
No me ofendí en absoluto. Era mi primer trabajo discográfico como cantautora, y aunque ya habían sido publicadas cuatro de mis primeras canciones en los discos de Aires Bucaneros, con gran aprobación del público, aquí ensayaba otro tipo de trabajos. Entre ellos, musicalicé un poema de Manuel Ramos Otero, Aquí se somos negros, muy crítico, complejo, que yo encontré hermoso. Manuel mismo me había dado un manuscrito con sus poemas, para que yo musicalizara alguno, y escogí ese poema que me pareció alucinante. Y lo hice canción. Nunca llegó a las listas de éxitos. Y nunca me importó.
Otra gente ya me había advertido que mis canciones eran poéticamente muy complejas, que tenía que escribir canciones más sencillas para que la gente se las aprendiera y "pegaran" en la radio. Pero yo fui obstinada. Seguí yendo contra la corriente, escribiendo y cantando lo que quise y como quise. No fue un acto de heroísmo ni, pienso yo, de estupidez. Es que no me interesó nunca llegar a los "charts". Siempre quise hacer canciones que me hicieran feliz a mí. Mi "carrera" musical no arrancaba, porque era raro ver a una mujer en el escenario como figura central, como cantante y compositora, y no como segunda voz o intérprete de otros. Tampoco tenía yo los atributos físicos para convertirme en una baladista de imagen sexy, ni osadía para presentarme como otra que no fuese yo. Nunca construí una imagen que no fuera la que espontáneamente me salía. Y eso tuvo sus consecuencias. Nunca pude hacer una carrera musical que me permitiera dedicarme a ella por completo.
Pero tuve la suerte de tener otro amor, además de la música, que fue la antropología. Paralelamente a la música, fui haciendo un trabajo académico que, además de mantenerme en constante contacto con una juventud que me mantuvo asida al mundo, me permitió hacer la música que quise. Y después de tantas décadas, tomo conciencia de que gracias a las decisiones que tomé, he podido dejar unas canciones, las que quise, como las quise, con sus defectos y sus virtudes, pero que emocionan, son valoradas, hacen una diferencia. Y de que la antropología, el estudio de lo humano, de lo social, se coló en mis canciones y las enriqueció, en una especie de simbiosis creativa que quizás produjo canciones muy complejas para estar en la radio, pero que están en los corazones de mucha gente, y sobre todo, que me permiten hoy decir que hago las canciones que quiero hacer. Las que tengo que cantar. Las que, según mi propio criterio y valores, requiere mi lugar y mi tiempo, y las que me hacen feliz a mí.
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