Nunca he sido de mucho llorar. A veces me sorprendo a mí misma porque en muchas ocasiones, cuando se supone que llore a mares, solo veo pasar la tristeza por mí, la saludo y reconozco su presencia, pero pocas veces la abrazo. Claro, sí, he llorado a mares, no digo que no. Pero en muy pocas ocasiones me he abandonado al llanto profundo que nos ataca al sumirnos en la desesperanza. No sé cómo se explica esto desde el punto de vista del psicoanálisis.
Recuerdo a mi querido psicoanalista, Murry Weiss, un señor bastante mayor, comunista y judío, que vivía en un pequeño apartamento en Manhattan, cuyas paredes estaban cubiertas de libros. Yo me sentaba en un sofá frente a él y le narraba mis sueños, y en base a ellos él hurgara en mis recuerdos más escondidos. A mí se me parecía a un santa clos, con su barba blanca y sus ojos azules, sólo que Murry era muy serio y solemne, y su voz, que todavía recuerdo, era muy dulce y suave.
En esos días yo estaba muy triste; nada me iba bien. El advirtió que yo era muy tímida, que no me atrevía muchas veces a exigir lo que me correspondía, y que por eso la estaba pasando mal. Incluso me dio ejercicios de práctica para que me atreviera a ir a la oficina de finanzas de la universidad donde estudiaba y solicitar ayuda económica. Sabía que sin ella no podría seguir estudiando, pero yo no me sentía confiada. A él le debo que a partir de ese momento no tuve que pagar un centavo de matrícula, porque fui, expliqué mi situación, y cuando vieron mis notas, me ofrecieron exención completa de matrícula, que me duró el resto de mi grado. Así pude terminar mis cursos doctorales. Nunca le he agradecido suficiente.
Una tarde me hizo hacer una lista de todas las cosas que yo tenía y de las que no era consciente. ¿Pero qué tenía yo, tan pobre en aquel momento, sino miserias? ¿Tienes amistades? Sí, y muy buenas. ¿Tienes un techo sobre tu cabeza, abrigo, ropa, comida? ¿Tienes libros, tienes música, tienes tu voz? Cuando terminé de hacer la lista, sentí que un peso se levantaba y me sentí muy liviana. Desde ese momento, aquella tristeza comenzó a desvanecerse. Había un mañana.
Para nosotros y nosotras lo hay. Se presenta difícil, hay mucho desencanto, mucha desesperación ante las tantas situaciones que amenazan a nuestro país. Yo propongo que hagamos una lista de lo que tenemos. Tenemos una juventud con unas metas claras y con energía y ganas de luchar, sembrando, creando proyectos educativos, organizando comunidades. Tenemos unas generaciones de viejos y no tan viejos luchadores que, con sus experiencias, nos dan lecciones de perseverancia y consistencia. Tenemos un pueblo orgulloso y trabajador. Tenemos canciones, muchas canciones y poemas, un acervo literario impresionante que nos habla de nosotros, un cine cada vez más rico en imágenes poderosas, tenemos historiadores, economistas, planificadores, mucha gente dispuesta a educar y educarse. Es tanta nuestra riqueza que a veces se nos pierde de vista. Usémosla para ponernos manos a la obra y dejar atrás la desesperanza.
COMO ZORAIDA SANTIAGO, "ELIJO LA ESPERANZA".
Es un privilegio que compartas tus reflexiones por escrito, ademas de brindarnos tus canciones en discos y conciertos. Respecto a tu llanto contenido. ausente, puedo imaginar tu mirada, un tanto distante sin dejar de ser apasionada, hacia las tristezas y, me aventuro a suponer, también hacia las alegrías. Hay en tus ojos un estoicismo que no riñe con el entusiasmo y la esperanza y, aún más importante, no detiene tus acciones comprometidas, solidarias y patrióticas en todos los frentes, escenarios y salones de clases, cantos y escritos, marchas y elecciones, cultivo del café y la poesía.
Fuiste la primera en decirme que, más allá del resultado de las votaciones, tenemos que celebrar con alegría,…