
Mi abuela Edelmira contaba que, de joven, había leído una historia sobre tres princesas moras, llamadas Zayda, Zorayda y Zorahayda. Así, decía ella, con y griega. No recordaba muy bien la historia, ni dónde la había leído, pero nos decía que había decidido que si tenía tres hijas, le pondría esos nombres. Y así lo hizo. Zayda, mi madre, fue la única niña que tuvo. Los otros dos fueron varones. Pero así se lo puso, con la y griega.
A mí, la primera nieta, me tocó el segundo nombre, Pero lo latinizaron, cosa que no me gusta mucho, porque me hubiera gustado que fuese Zorayda, así, casi como Zoraya. La Zorahayda nunca llegó, porque a mi hermana no la llamaron así, sino Carmen Dolores. Creo que mi mamá pensó que ya era demasiado: la pobre bebé no debería cargar con un nombre tan extraño.
La cosa es que nunca supe cuál era el cuento que había leído mi abuela. Pero ocurre que en mi primera visita a España, al cumplir mis cincuenta -sí, mucho me tardé- visitamos Granada y paseamos por La Alhambra, con sus hermosos jardines y fascinante historia. Allí compré el libro de Washington Irving, Cuentos de La Alhambra. Nos tocaba viajar a nuestro próximo destino, Ronda, donde por fin pude sentarme a leer los famosos cuentos.
Y me senté en un ventanal amplio que tenía la habitación del hotel, cuyo nombre no recuerdo, pero sí que desde aquel ventanal yo miraba el Tajo de Ronda, que quedaba en ese costado del edificio. En ese maravilloso espacio y con esa impresionante vista, abrí el libro y caí en la página del cuento titulado Leyenda de las tres hermosas princesas.
Entonces supe cuál era el cuento que mi abuela había leído. Lo fui a encontrar allí, a Granada. Allí fui a buscar un pedacito de la vida de Edelmira, de sus sueños, que nunca vio cumplidos, una vida que no fue color de rosa, ni mucho menos. Enviudó muy joven, con tres hijos pequeños. Zayda, la mayor, apenas tenía nueve años. Mi abuela se contagió de la tuberculosis que se había llevado a su esposo, cuidándolo. La superó, y crió a sus tres hijos, sola, con su trabajo de maestra rural. Vivió hasta los 92 años, criando a sus nietos. De esa estirpe de mujeres poderosas vengo.
Unos años después volví a Granada. Paseando por las calles del Albaicín, una querida amiga me señala el nombre de un local: Jardines de Zoraya. Desde ese día me llama Zoraya, y es la única que puede. Cosas de hermanas.
Hermoso!